BIENVENIDO AL CORO
-Desde hoy-dijo Laralá-Bigote cantará con nosotros. Bigote: poné todo tu corazón en el canto ¡y nunca dejes que te vean a la luz del sol!
Todos juntos cantaron La canción de los gatos marineros, El himno de los gatos pendencieros, La marcha de los gatos de Angora y una canción de cuna dedicada a los perros que no podían dormir y les tiraban zapatos, frutas, cascotes y latas vacías. Cantaron durante horas. no afinaron ni una nota, nadie llevó el ritmo de ninguna canción y todos se equivocaron la letra. Laralá estaba satisfecha porque pensaba que el coro sonaba de maravillas. Ocho segundos antes de que se asomara el primer rayo de sol gritó:
-¡A la cama, que ni el sol ni los perros nos vean! Y cada uno escapó por su lado. Bigote estaba feliz porque lo habían aceptado en el coro y nadie había sospechado de su cola falsa. “Soy como ellos”, pensó “nunca debo dejar que me vean a la luz del día, si no, descubrirán mi secreto”. Y sin demorarse corrió hacia su casa. Al saltar por la ventana se encontró con Marta que lo miraba furiosa.
-¿Te volviste loco?-gritó-. Jamás rompiste nada. ¿Qué te pasó anoche Bigote? ¿Qué te pasó? Marta estaba enfurecida y Bigote pensó en volver al árbol. Cuando Marta estuvo cerca de Bigote, sus labios formaron una sonrisa, su mano bajó hasta la cabeza del gato con una caricia y lo tomó en brazos. Bigote se dejó mimar sin entender nada. Entonces entró el señor Ibáñez y vio los pedazos del florero desparramados en el piso.
-¡Este gato tonto, mirá el florero! ¡Y vos lo acariciás en lugar de retarlo! ¡Siempre igual! Marta no le respondió, sólo acarició la cola falsa de Bigote, pensando que era un gato muy inteligente por crear una cola falsa. Para sorpresa de Bigote, el Sr. Ibáñez también sonrió. ¿Estará enamorado? Pensó.-Cuando estamos enamorados hacemos cada tonterías….
Bigote llegó al puente. Allí estaban los hermanos Negro y Bruno y la gata Miela.
-¿No te da miedo saltar desde lo alto, verdad?-preguntó Bruno.
Justo en ese momento llegaron Laralá y Ronco. A lo lejos, por las vías, venía el tren.
-¿Lo ves?-gritó Miela. Cuando pase justo debajo del puente….hay que saltar. ¡Hoy cantaremos sobre el techo del tren!
Primero saltó Laralá junto a Ronco y Miela. Bigote dudaba hasta que saltó volando por el aire cayendo de pie elegantemente como saben caer los gatos. Después saltaron Bruno y Negro.
Durante horas el coro de gatos alegró con sus canciones el largo viaje del tren en la aburrida noche de las estaciones de ferrocarril.
UN SECRETO DESCUBIERTO
Bigote, desde el techo del vagón del tren se sentía el dueño de la ciudad dormida. Las calles vacías, los negocios cerrados, las persianas de los dormitorios bajas. Los gatos cantaban con más fuerza que nunca, tratando que sus voces llegaran a cada una de las personas que dormían, a cada perro que roncaba en su cucha.
El himno de los gatos pendencieros, La canción de los gatos marineros, El tango de los tachos de basura, La marcha de los gatos de Angora rompían el silencio de la noche. Despiertos los vecinos escucharon una canción que les agujereó los oídos. Enseguida corrieron a buscar cosas para tirarles a los gatos y hacerlos callar. Una lluvia de piedras, cascotes, tomates podridos, zapatillas rotas, ojotas, pantuflas y hasta ositos de peluche, cayó sobre el techo del tren.
-¡Qué fabuloso, cuántas cosas nos regalan!-dijo Laralá
-¡Cómo les gustan nuestras canciones!-comentó sonriente Negro.
De pronto Laralá olfateó el aire y dijo:-¡Siento olor a pan caliente, es hora de volver, falta poco para el amanecer!
-¿Dónde estamos?-preguntó Bigote que nunca se había ido tan lejos de su casa.
-¿Tenés miedo, estás perdido?-se burló Ronco.
-Nada que ver-dijo Bigote. Pero era verdad: tenía miedo de no encontrar el camino de regreso.
Miela se acercó a Bigote y le dijo al oído:-Volver es fácil. Hay que seguir las vías del tren hasta llegar al puente.
-Yo saltaré del tren primera-dijo Laralá-y Ronco será el último, y recuerden cada uno va por su lado y que ni los perros ni el sol nos sorprendan.
Bigote al saltar perdió la cola, pero no se dio cuenta. Ronco en cambio cuando estaba por saltar lo vio y maulló de la impresión imaginando el dolor que sentiría Bigote .Pensó ¿acaso un gato puede vivir sin cola? ¡Urgente debo salvar la vida de Bigote! Ronco pensó: “tengo que encontrar la cola y llevarlos juntos a lo de mi dueña que es doctora para que se la ponga otra vez en su lugar”. Encontró la cola enganchada en el techo del vagón. La miró bien ¡no tenía pelos! La olió ¡no tenía olor! ¡¡¡Era una planta y encima estaba pintada!!!! Ronco descubrió que Bigote usaba una cola falsa, entonces no era un verdadero gato. Masticó la cola hasta convertirla en polvo.
Mientras tanto Bigote corría de regreso a casa pensando en lo fantástico que era viajar en tren y en lo hermoso que era cantar. Pensó en Ronco y en lo peleador que era, aunque creía que algún día serían grandes amigos.
Todas esas cosas pensaba sin darse cuenta de que se había quedado sin cola. Sin saber que su secreto había sido descubierto.