-¿Qué hacen acá? ¿No vieron un monstruo?
-Esta es nuestra casa, vivimos acá desde que quedó abandonada…
-Nunca vimos un monstruo-respondieron los murciélagos acercándose a Ruperto.
Ruperto se dio cuenta que los murciélagos eran feos, pero no feos comunes, eran feos feos,
como pegarle a un hermanito o morderle el dedo gordo del pie al abuelo…
-¿No vieron nada sospechoso? ¿Me van hacer creer que se pasan toda la noche volando y nunca ven nada?
-Miren que soy un detective y a mí no pueden engañarme fácilmente- habló Ruperto.
-No vemos nada de nada porque los murciélagos somos ciegos-
-¡Vamos! ¡No mientan! Si son ciegos por qué no chocan con las cosas, eh?
-Porque tenemos un radar en la cabeza, percibimos las cosas y las esquivamos, es como ver con las orejas- dijo uno.
¡Un radar! Ruperto pensaba que los murciélagos eran unos mentirosos, por las dudas les iluminó con la linterna las cabezas.
Víctor le había hablado de los radares.
Eran como pantallas con luces que hacían bip, bip,
avisando cuando los aviones andan cerca. Nada, los murciélagos no tenían pantallas en la cabeza.
-¿Y los radares nunca escucharon que hay un monstruo en la casa?
Los murciélagos pusieron caras de miedo.
-¡Sí! ¡Sí! Escuchamos que hay algo muy grande escondido en la parte de atrás- dijo uno-
-
Y tenemos que volar con cuidado para no chocarlo.
- A veces hace ruidos tan fuertes que nos tapamos las orejas-
Ruperto anotó en una libretita: grande, enorme, ruidoso, y cada vez se preocupaba más.
-¿Hace ruido como mmmm, mmmm, así? -Si, pero no sabemos cómo es.
-Yo sí- dijo un ratón saliendo de adentro de un zapato viejo...
Ruperto lo iluminó con la linterna. El ratón rengueando un poco se acercó al grupo.
-No le hagas caso- dijo un murciélago- es corto de vista.
El ratón escuchó eso y se ofendió con sus primos voladores.
-Estos ratones disfrazados dicen que no sé nada de nada, pero yo lo vi.
Es una cosa con cuerpo grande como un caballo y está apoyada sobre cuatro columnas altísimas.
-Co-lum-nas, altísimas- dijo Ruperto anotando en su libreta.
-Y tiene una cuerda que le cuelga por detrás-agregó el ratón.
-Y una cabeza muy grande con dos antenas.
Ruperto seguía anotando: columnas, cuerda, cabeza grande, antenas.
Sacó el pedazo de espejo, el ajo y la estaca de madera.
-¡No vayas! ¡Es un gigante!- le suplicaron los murciélagos.
-Sí, yo lo vi- dijo el ratón.
Desde la parte de atrás salió un sonido fuerte como un viento.
Los murciélagos escaparon volando a gran velocidad.
-¡Mmmmm! ¡Mmmmm!
Ruperto se acomodó el impermeable, probó la linterna un par de veces, guardó en sus bolsillos el espejo,
el ajo y la estaca, se enderezó el sombrero y comenzó a avanzar hacia el lugar de donde salía el sonido.
Escondidos en las rajaduras de la pared, los murciélagos lo escucharon avanzar y pensar que en verdad
Ruperto era un sapo muy muy valiente.
Recibimos en nuestra sala la visita de LOS CACHORROS.
Lucía leyó el capítulo 4 y luego nos pusimos a trabajar.
Esta vez en el piso porque como éramos los dueños de casa dejamos
las mesas para nuestros invitados.