Mariana estaba sentada a punto de tomar la leche cuando escuchó ruiditos... Era la abuela cuentacuentos, que estaba tomando unos mates calentitos en la cocina.
-Dale abue, dame uno. A Mariana le encantaba matear con su abuela, porque mientras tanto, ella le contaba hermosos cuentos.
-¿Qué me vas a contar hoy, abue?
La abuela sonrió con una sonrisa de sandía, sentó a upa a Mariana y con paciencia de cuentacuentos... ¡perdón! de cuentahistorias, contó:
-¿Sabés Mariana? Te voy a contar la historia de algo que tengo muy bien guardadito, algo que para mí es casi un tesoro, como ese chupete que ya no usás, pero que querés tanto...
-¿Qué es abue? ¿Me lo mostrás?
-Es un recuerdo, cuando era chiquita como vos, mi abuela me lo regaló. ¿Sabés quién se lo regaló a ella? ¡Su abuela!
-Pero entonces... -dijo Mariana con ojos grandotes como uvas por el asombro- ¡es réquete viejo!
-Sí, es réquete viejo... Vamos a hacer una cosa: yo te lo traigo en una cajita y vos vas a tratar de adivinar qué es.
-No, no vale, decime vos.
-Solamente te voy a dar algunas pistas.
Y la abuela, casi en puntas de pie porque era petisa y no alcanzaba la parte alta del armario, bajó su tesoro y dijo con una voz muy misteriosa:
Lo usaban las damas si tenían calor, daba aire muy fresquito y se hacía chiquitito.
-¡Ya sé abue! ¡Un ventilador!
-¡Pero no, Mariana! En esa época no había ventiladores, ni tele, ni video, ni radio - contestó la abuela riéndose mucho.
-¡Qué aburrido, abue!
-No te creas, como la gente no conocía todas esas cosas, se divertía de otras maneras...
-Pero entonces, qué es, contame -pidió Mariana.
-Acá va la segunda ayudita:
Señoritas y señoras lo usaban en las reuniones en sus manos lo agitaban y con él se apantallaban. -¡Sí! ¡Ya adiviné! Es un a... a... ¿Cómo se llama, abue?
-Abanico.
-¡Eso! ¡Abanico! ¡Como el de mamá!
-¡Claro que sí! Sucede que algunas cosas que existían hace mucho tiempo se siguen usando hoy todavía. Otras, ya no están más.
-A ver... mostrame... ¿Quién dijiste que te lo había regalado?
-Me lo regaló mi abuela, y a su vez a ella se lo había regalado su abuela, que se llamaba Victoria. ¿Y sabés quién se lo regaló a Victoria?
-¡Contame vos!
-Es una historia de amor. A Victoria se lo había regalado Francisco. Él estaba tan enamorado de ella que cada vez que la veía el corazón le pegaba grandes saltos y vueltas carnero. ¡Se ponía tartamudo y se quedaba casi sin respirar! Él se quería casar con ella, pero tenía mucha vergüenza de decírselo.
-¿Y qué pasó entonces?- preguntó muy curiosa Mariana. Y la abuela contó:
Victoria y Francisco vivieron hace mucho, mucho tiempo, aquí en esta ciudad, cuando Buenos Aires era la capital del Virreinato del Río de la Plata. En esa época las calles eran todas de barro y era muy difícil llegar rápido, porque tampoco existían los colectivos, ni los trenes, ni los autos; mucho menos los aviones. Ellos generalmente andaban en carretas o galeras tiradas por caballos, con ruedas muy grandes y redondas.
Francisco veía a Victoria pasear por la ciudad, con sus vestidos largos, su alegre sonrisa y su peinetón, siempre acompañada por la negrita Manuela. La negrita Manuela cebaba unos mates ¡riquísimos! Las familias de Francisco y Victoria eran amigas, y se visitaban desde que ellos eran chiquitos. Cuando Francisco empezaba a hacerse hombre y ella señorita, él se animó a declararle su amor y lo hizo regalándole este abanico. Entonces le dijo: "No lo pierdas nunca".
Los papás de ellos se pusieron muy contentos y decidieron organizar una gran fiesta. Compraron muchas velas para iluminar bien el salón. La negrita Manuela limpió tanto la casa, que todo parecía brillar. También cocinó muy ricos pastelitos y empanadas. Al fin llegó la esperada noche del casamiento. Como era una calurosa noche de verano, Victoria usó el abanico que le había regalado Francisco, que le sirvió para aliviar en parte tanto calor. Esa noche ella le prometió que lo guardaría con mucho amor para la hija que tuviesen y para la nieta que llegaría más tarde.
Extraído el sitio:http://www.educ.ar/ El portal educativo del Estado Argentino
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