BILL, EL LAGARTO
Te voy a contar las aventuras de Alicia en la casa del conejo blanco.
Recuerdas que al conejo blanco se le cayeron los guantes y el abanico del susto que se llevó al oír la voz de Alicia que parecía venir del cielo. Bueno, comprenderás que no podía presentarse a visitar a la duquesa sin guantes y sin abanico; de manera que al cabo de un rato volvió para buscarlos.
Para entonces ya se habían marchado el dodo y las demás criaturas extrañas, y Alicia estaba andando solita por allí.
¿Y qué crees que hizo el conejo? ¡En realidad creyó que Alicia era su doncella, y empezó a darle órdenes! «¡Mary Ann!» le dijo. «¡Vete a casa y tráeme un par de guantes y un abanico!» «¡Ahora, de prisa!»
Tal vez con esos ojos de color de rosa no veía muy bien. Porque sin duda Alicia no tiene aspecto de doncella ¿verdad? Pero ella era una niña muy amable, y no se sintió nada ofendida, sino que salió a todo correr tan rápido como pudo hacia la casa del conejo.
Encontró la puerta abierta; porque si hubiera tenido que llamar al timbre, supongo que habría salido a abrir la verdadera Mary Ann: y esa no habría dejado entrar a Alicia por nada del mundo. Menos mal que tampoco apareció Mary Ann mientras Alicia corría escaleras arriba: ¡Porque me temo que hubiera tomado a Alicia por una ladrona!
Por fin descubrió la habitación del conejo: y había un par de guantes sobre la mesa, y ya los iba a agarrar y marcharse, cuando vio un frasquito en la mesa. ¡Y naturalmente en la etiqueta ponía «bébeme»! ¡Y naturalmente Alicia bebió un poco!
Bien, pues yo creo que también eso fue una suerte ¿no crees tú?
Porque si no hubiera bebido nada, no habría ocurrido toda esta aventura maravillosa que te voy a contar. Y eso hubiera sido una pena, ¿no?.
Ya vas conociendo tan bien las aventuras de Alicia, que apuesto a que te imaginas lo que ocurrió a continuación. Y si no te lo imaginas te lo contaré.
Creció, y creció, y creció. y en muy poco tiempo la habitación estaba llena de Alicia: ¡exactamente igual que un tarro está lleno de mermelada! ¡Había Alicia hasta en el techo; y Alicia estaba en todos los rincones de la habitación!
La puerta abría hacia adentro de la casa, y naturalmente no había sitio para abrirla: y cuando el conejo se cansó de esperar y vino él mismo a buscar sus guantes, naturalmente no pudo entrar.
¿Y qué crees que hizo entonces?
Envió al lagarto Bill al techo, y le mandó bajar por la chimenea. Pero resulta que Alicia tenía un pie en el fogón: y cuando oyó que Bill bajaba por la chimenea, nada más dio una patada muy flojita ¡y Bill salió volando por los aires!
¡Pobrecito Bill! ¿No te da mucha pena? ¡Qué susto debió haber pasado!
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