EL
PEQUEÑO CACHORRITO
El conejo decidió sacar a Alicia
de la casa. -¡Tenemos que quemar la casa! --dijo.
Entonces Alicia
gritó con todas sus fuerzas: -¡Si lo hacen, les lanzaré a Dina, mi gata contra ustedes!
Se hizo inmediatamente un silencio de muerte, y
Alicia pensó:
-Me pregunto qué van a hacer ahora. Si tuvieran una
pizca de sentido común, levantarían el techo. Entonces escuchó que el conejo
decía:
-Con una carretada tendremos bastante para empezar.
-¿Una carretada de qué? --pensó Alicia.
No tuvo que esperar mucho para averiguarlo, pues un
instante después una lluvia de piedras entró disparada por la ventana, y
algunas le dieron en plena cara.
-¡Será mejor que no lo repitan! -dijo Alicia.
Estas palabras produjeron otro silencio de muerte.
Alicia advirtió, con cierta sorpresa, que las
piedrecillas se estaban transformando en pasteles para el té. Una brillante idea acudió de inmediato a
su cabeza.
«Si como uno de estos pasteles», pensó, «seguro que
producirá algún cambio en mi estatura. y, como no existe posibilidad alguna de
que me haga todavía mayor, supongo que tendré que hacerme forzosamente más
pequeña.»
Comió, pues, uno de los
pasteles, y vio con alegría que empezaba a disminuir inmediatamente de tamaño.
En cuanto fue lo bastante pequeña para pasar por la puerta, salió fuera de la
casa. Echó a correr con todas sus fuerzas, y pronto se encontró a salvo en un
bosque.
-Lo primero que ahora tengo
que hacer - dijo Alicia, mientras vagaba por el bosque --es crecer hasta volver
a recuperar mi estatura. Y lo segundo es encontrar la manera de entrar en aquel
precioso jardín. Me parece que éste es el mejor plan.
Mientras miraba por entre los árboles, un pequeño ladrido que
sonó justo encima de su cabeza la hizo mirar hacia arriba sobresaltada.
Un enorme perrito la miraba
desde arriba con sus grandes ojos muy abiertos y alargaba tímidamente una
patita para tocarla.
-¡Qué cosa tan bonita! --dijo
Alicia en tono muy cariñoso, pensando que el cachorro podía estar hambriento, y
devorarla de un solo bocado.
Alicia pensó que jugar con el perro se parecía mucho a estar jugando con un
caballo y temiendo ser pisoteada en cualquier momento por sus patazas, volvió a
refugiarse detrás de una planta.
Esto le pareció a Alicia una
buena oportunidad para escapar. Así que se lanzó a correr, y corrió hasta el
límite de sus fuerzas y hasta quedar sin aliento, y hasta que las ladridos del
cachorro sonaron muy débiles en la distancia.
¡Qué cachorrito tan mono era!
--dijo Alicia, mientras se apoyaba contra una campanilla para descansar y se
abanicaba con una de sus hojas--. ¡Lo que me hubiera gustado enseñarle juegos,
si... si hubiera tenido yo el tamaño adecuado para hacerlo! ¡Casi se me había
olvidado que tengo que crecer de nuevo!
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