La
conversación con los murciélagos y el ratón no servían para que Ruperto
estuviese tranquilo.
Avanzó
por el pasillo oscuro escuchando el sonido del monstruo cada vez más fuerte.
Sabía
que los detectives tienen que seguir adelante aunque tengan miedo y si el miedo
es muchísimo
tienen
la posibilidad de hacerse pichí en los pantalones…Revisó en sus bolsillos y
decidió aguantar:
un sapo detective con pañales quedaría muy
mal. ¿Qué dirían sus amigos?¿Qué dirían los diarios?
“Famoso detective se hace
pipí encima”.
Llegó
a una puerta abierta. Entró al cuarto. Lo primero que notó fue un olor muy
fuerte.
Un
olor como de animal que no se baña nunca. Trató de respirar y dio varios pasos.
-¡Mmmm!
Esperó
un poco, pensando en salir rajando, pero no. Volvió a avanzar y prendió la
linterna.
-¡A
la pipeta!- a Ruperto se le voló el sombrero por el asombro, ahora, por fin,
veía al monstruo.
Era
algo gigantesco y marrón. Tenía el cuerpo lleno de manchas blancas, cuatro
patas altísimas,
un
cuello grueso como un árbol, una cola larga como una cuerda y una sola cabeza
con dos cuernos.
Ruperto
no sabía qué hacer. Seguro que aquella cosa era un vampiro, un vampiro
diferente…
Se
acercó más y miró al monstruo por debajo. Tenía una bolsa blanca llena de
puntas, como una pelota con dedos.
De
pronto el gigantesco bicho miró la luz
de la linterna, abrió la boca que parecía un túnel y largó
otra
vez aquel sonido infernal.
-¡Mmmmm!
¡Mmmmm! ¡Muuuuuuuuu!
Ruperto
jamás había escuchado un vampiro que hiciera mu. Era una clase de monstruo recontrapeligrosa,
nunca
había visto nada igual. Pensó y pensó. La mejor manera era obligarlo a mirarse
al espejo.
El
monstruo miró al sapo y bajó la cabeza como si fuera a comerse al famoso
detective.
-¡Vamos
monstruo! ¡Mirate en el espejo!-gritó Ruperto temblando mientras levantaba el
espejo.
-¡Mmmmmm!
La
boca enorme bajó y bajó y se cerró de golpe tragándose el espejo que Ruperto
había soltado justo
a
tiempo para poder correr y esconderse atrás de la pata de la mesa.
Eso
no había dado resultado. Ruperto buscó en sus bolsillos y sacó los pedazos de
ajo.
Lo
olió; “con razón los monstruos lo detestan”,
pensó.
-Si
en lugar de vampiro fueras Frankenstein, ya te habría liquidado-dijo haciéndose
el valiente.
-¡Ey,
monstruo!, ¡acá tengo la rica papa, la rica papa!-gritó Ruperto acercándose
otra vez con el ajo.
Y
otra vez la cabeza bajó, bajó y la boca grande se comió el ajo, la temible arma de Ruperto.
-¡La
pipeta!-exclamó el sapo. Ahora sólo le quedaba la estaca de madera.
Tomó
la estaca de madera entre sus manos.
-¡Ahora
vas a ver!- dijo y corrió hacia una de las patas, llevando el fósforo de madera
afilado.
Ruperto
pinchó la pata del monstruo pero el bicho se enojó tanto que movió la pata
hacia atrás
tirando
una patada.
El
detective voló por el aire, uno, dos, tres metros y ¡plaf! cayó en medio de una
pileta de agua.
Su
sombrero flotaba en la oscuridad, lo alcanzó nadando y logró salir de la
pileta.
El
caso estaba complicado. Por las ventanas entraba la lluvia y los truenos
sacudían el mundo…
-¡Muuu!-gimió
el monstruo que parecía tener miedo a las tormentas.
Ruperto
caminó por encima de la mesada. Miró hacia abajo y un precipicio lo separaba
del suelo.
El
monstruo comenzó a acercársele. Ruperto temblaba sin saber por dónde escapar y
cerró los ojos.
De
pronto sintió que algo lo agarraba y levantaba.
-¡Este
es el fin! Pensó. Sintió que seguía arriba, más arriba. Abrió los ojos y vio al
monstruo allí abajo.
Ruperto
volaba. Dos patas lo tenían agarrado del impermeable. Miró para arriba:
Uno
de los murciélagos lo había rescatado a tiempo.
Volaron
hasta otro cuarto hasta que pararon en el piso.
-No
se puede hacer nada Ruperto, es demasiado grande para vos- dijo el murciélago.
-Es
cierto, soy un detective fracasado ¿qué voy a hacer ahora? ¿Qué van a pensar
los niños?
-No
te preocupes, tal vez entre todos podamos.
Ruperto
pensó en cuantos sapos se necesitarían, cuantos bichos de luz, cuantos
murciélagos…
-Si
encuentro tres millones cuatrocientos sapos, quinientos mil bichos de luz y dieciocho
mil ciento
Cuatro
murciélagos y los meto a todos en la cocina, ¿qué logramos?
-Un
lío tremendo- contestó el murciélago alejándose por el aire hacia su escondite.
Era
cierto, sería un lío.
Pero
ahora estaba convencido que necesitaba ayuda para vencer al temible
monstruo
de la cocina de la casa abandonada del arroyo.
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