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viernes, 1 de noviembre de 2013

RUPERTO DETECTIVE (Capitulos 5 y 6)

La conversación con los murciélagos y el ratón no servían para que Ruperto estuviese tranquilo.
Avanzó por el pasillo oscuro escuchando el sonido del monstruo cada vez más fuerte.
Sabía que los detectives tienen que seguir adelante aunque tengan miedo y si el miedo es muchísimo
tienen la posibilidad de hacerse pichí en los pantalones…Revisó en sus bolsillos y decidió aguantar:
 un sapo detective con pañales quedaría muy mal. ¿Qué dirían sus amigos?¿Qué dirían los diarios?
“Famoso detective se hace pipí encima”.
Llegó a una puerta abierta. Entró al cuarto. Lo primero que notó fue un olor muy fuerte.
Un olor como de animal que no se baña nunca. Trató de respirar y dio varios pasos.
-¡Mmmm!
Esperó un poco, pensando en salir rajando, pero no. Volvió a avanzar y prendió la linterna.
-¡A la pipeta!- a Ruperto se le voló el sombrero por el asombro, ahora, por fin, veía al monstruo.
Era algo gigantesco y marrón. Tenía el cuerpo lleno de manchas blancas, cuatro patas altísimas,
un cuello grueso como un árbol, una cola larga como una cuerda y una sola cabeza con dos cuernos.
Ruperto no sabía qué hacer. Seguro que aquella cosa era un vampiro, un vampiro diferente…
Se acercó más y miró al monstruo por debajo. Tenía una bolsa blanca llena de puntas, como una pelota con dedos.
De pronto  el gigantesco bicho miró la luz de la linterna, abrió la boca que parecía un túnel y largó
otra vez  aquel sonido infernal.
-¡Mmmmm! ¡Mmmmm! ¡Muuuuuuuuu!
Ruperto jamás había escuchado un vampiro que hiciera mu. Era una clase de monstruo recontrapeligrosa,
nunca había visto nada igual. Pensó y pensó. La mejor manera era obligarlo a mirarse al espejo.
El monstruo miró al sapo y bajó la cabeza como si fuera a comerse al famoso detective.
-¡Vamos monstruo! ¡Mirate en el espejo!-gritó Ruperto temblando mientras levantaba el espejo.
-¡Mmmmmm!
La boca enorme bajó y bajó y se cerró de golpe tragándose el espejo que Ruperto había soltado justo
a tiempo para poder correr y esconderse atrás de la pata de la mesa.
Eso no había dado resultado. Ruperto buscó en sus bolsillos y sacó los pedazos de ajo.
Lo olió; “con razón los monstruos lo detestan”,  pensó.
-Si en lugar de vampiro fueras Frankenstein, ya te habría liquidado-dijo haciéndose el valiente.
-¡Ey, monstruo!, ¡acá tengo la rica papa, la rica papa!-gritó Ruperto acercándose otra vez con el ajo.
Y otra vez la cabeza bajó, bajó y la boca grande se comió el ajo,  la temible arma de Ruperto.

-¡La pipeta!-exclamó el sapo. Ahora sólo le quedaba la estaca de madera.
Tomó la estaca de madera entre sus manos.
-¡Ahora vas a ver!- dijo y corrió hacia una de las patas, llevando el fósforo de madera afilado.
Ruperto pinchó la pata del monstruo pero el bicho se enojó tanto que movió la pata hacia atrás
tirando una patada.
El detective voló por el aire, uno, dos, tres metros y ¡plaf! cayó en medio de una pileta de agua.
Su sombrero flotaba en la oscuridad, lo alcanzó nadando y logró salir de la pileta.
El caso estaba complicado. Por las ventanas entraba la lluvia y los truenos sacudían el mundo…
-¡Muuu!-gimió el monstruo que parecía tener miedo a las tormentas.
Ruperto caminó por encima de la mesada. Miró hacia abajo y un precipicio lo separaba del suelo.
El monstruo comenzó a acercársele. Ruperto temblaba sin saber por dónde escapar y cerró los ojos.
De pronto sintió que algo lo agarraba y levantaba.
-¡Este es el fin! Pensó. Sintió que seguía arriba, más arriba. Abrió los ojos y vio al monstruo allí abajo.
Ruperto volaba. Dos patas lo tenían agarrado del impermeable. Miró para arriba:
Uno de los murciélagos lo había rescatado a tiempo.
Volaron hasta otro cuarto hasta que pararon en el piso.
-No se puede hacer nada Ruperto, es demasiado grande para vos- dijo el murciélago.
-Es cierto, soy un detective fracasado ¿qué voy a hacer ahora? ¿Qué van a pensar los niños?
-No te preocupes, tal vez entre todos podamos.
Ruperto pensó en cuantos sapos se necesitarían, cuantos bichos de luz, cuantos murciélagos…
-Si encuentro tres millones cuatrocientos sapos, quinientos mil bichos de luz y dieciocho mil ciento
Cuatro murciélagos y los meto a todos en la cocina, ¿qué logramos?
-Un lío tremendo- contestó el murciélago alejándose por el aire hacia su escondite.
Era cierto, sería un lío.
Pero ahora estaba convencido que necesitaba ayuda para vencer al temible
monstruo de la cocina de la casa abandonada del arroyo.

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